San Josemaría decidió recorrer Andalucía un Martes Santo de 1947. Viajaba en un Studebaker. Llegó a Sevilla por la noche y aprovechó para unirse a la muchedumbre que, de noche, esperaba ver el desfile de una de las procesiones. Traían en procesión un “paso”, precedido por doble fila de penitentes encapuchados. Lo llevaban a hombros. La imagen de la Virgen bajo un palio sostenido por varales de plata; a sus pies, un campo de flores y un centenar de cirios, que arrancaban refulgencias de sus joyas. El Padre lo contemplaba todo en silencio.
"Estaba allí mirándola, y me puse a hacer oración... Me fui a la luna. Viendo aquella imagen de la Virgen tan preciosa, ni me daba cuenta de que estaba en Sevilla, ni en la calle. Y alguien me tocó así, en el hombro. Me volví y encontré un hombre del pueblo, que me dijo:
—Padre cura, ésta no vale ná; ¡la nuestra es la que vale!
De primera intención casi me pareció una blasfemia. Después pensé: tiene razón; cuando yo enseño retratos de mi madre, aunque me gusten todos, también digo: éste, éste es el bueno."
"Estaba allí mirándola, y me puse a hacer oración... Me fui a la luna. Viendo aquella imagen de la Virgen tan preciosa, ni me daba cuenta de que estaba en Sevilla, ni en la calle. Y alguien me tocó así, en el hombro. Me volví y encontré un hombre del pueblo, que me dijo:
—Padre cura, ésta no vale ná; ¡la nuestra es la que vale!
De primera intención casi me pareció una blasfemia. Después pensé: tiene razón; cuando yo enseño retratos de mi madre, aunque me gusten todos, también digo: éste, éste es el bueno."
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Durante su vida, al contemplar un imagen de la Virgen, se le vendría muchas veces a la memoria lo sucedido en esa noche sevillana de Martes Santo.
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Y es que cuando la Virgen sale a la calle nadie queda indiferente. Tú lo sabes también como yo ¿verdad?. Y si no, no tienes más que experimentarlo...
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