miércoles, 16 de diciembre de 2009

CUENTO DE NAVIDAD

Mi mujer y yo estamos mayores. Me cuesta moverme y mi caminar es pesado. Los años y el desgaste de los días se van notando. Sin embargo, mi deseo de transmitir a los más pequeños como vivimos la Navidad en nuestra familia cristiana permanece viva y joven en mi interior. No quiero dejar este mundo sin que mis nietos sientan la responsabilidad de custodiar los tesoros de fe que vivimos en estas fechas y que son, junto a otros, el fundamento de nuestra vida y nuestra alegría: la corona de Adviento que nos prepara para la Navidad y nos reúne los cuatro domingos previos al 25; el árbol que cada año ponemos en el jardín y el espléndido Belén que construimos entre todos en la habitación más importante de la casa.

Como es lo que más les divierte, hoy he vuelto a convocar a mis nietos porque nos vamos de excursión al monte. Les he llevado a un lugar donde hay ramas verdes y hojas secas para explicarles el sentido de la Corona de Adviento. "Es una costumbre pre-cristiana de los germanos"-, me dirijo con la mirada al más pequeño. - "Durante el frío y la oscuridad de diciembre, colectaban coronas de ramas verdes y encendían fuegos como señal de esperanza en la venida de la primavera. Los cristianos incorporamos esta costumbre para recordar la enseñanza evangélica de Jesús cuando nos dice que El es la luz del mundo. En el siglo XVI católicos y protestantes alemanes utilizaban este símbolo para celebrar el adviento".

He arrancado unas ramas con la ayuda del más mayor que me saca una cabeza y eso que sólo tiene 12 años. "La corona de adviento es de forma circular" - sigo explicando mientras voy formando un circulo con las ramas- "porque no tiene principio ni fin como el amor de Dios que es eterno. Así debe ser también nuestro amor a Dios y al prójimo”- apostillo-. “Las ramas han de ser verdes porque verde es el color de esperanza y vida. Dios quiere que esperemos su gracia, el perdón de los pecados y la gloria eterna al final de nuestras vidas.”

Todos contemplan la composición que he formado con las ramas."Antes de llegar a casa compraremos cuatro velas", concluyo, "porque las cuatro velas nos hacen pensar en la oscuridad provocada por el pecado que ciega al hombre y lo aleja de Dios. Así como las tinieblas se disipan con cada vela que encendemos, los siglos se fueron iluminando con la cada vez más cercana llegada de Cristo a nuestro mundo". Todos escuchan callados. Noto que estas historias despiertan interés y les gusta. Esther, la pequeña, me recuerda con un grito que si no vamos ya al vivero para comprar el árbol, nos van a cerrar. Somos muchos y hay que poner muchos regalos, me dice casi entre sollozos. En la familia también nos gusta poner el árbol de Navidad para recordar que del árbol de la Cruz proceden todos los bienes.

No muy lejos de allí existe una cueva a la que nos dirigimos. Todavía hay pastores y ovejas aunque ya casi no se ven. Ahora me toca contarles la historia de Jesús, María y José, los pastores y los Reyes Magos. ¡A todos se les abren los ojos! Empiezan a entender, aunque son pequeños, por qué ponemos un Nacimiento cada 24 de diciembre y visitamos los belenes del pueblo.

Me propongo terminar la excursión pasando por la Iglesia para ver como están manos a la obra con el Belén de este año. El párroco ha hecho una colecta para comprar figuras nuevas. Ya la conocen porque vamos en familia a la misa dominical. Estamos dentro. Les he indicado con el dedo el lugar más importante: el Sagrario. Nos acercamos con delicadeza, en silencio y andando de puntillas. Hacen la inclinación de rodilla que les ha enseñado la abuela, aunque alguno está a punto de perder el equilibrio y caer al suelo. En voz baja les explico para que se les grabe en el corazón que hace veinte siglos, la llegada de Dios al mundo se hizo silenciosamente pues solo los ángeles y un pequeño grupo de personas humildes, los pastores, compartieron con la Virgen y San José el gozo del nacimiento del Redentor. Y que también ahora la venida del Señor se realiza cada día en el silencio de un altar y en el corazón del cristiano cuando le recibe en la Santa Comunión. Sólo los hombres de fe y corazón limpio saben descubrir que esa es la casa de Dios en la tierra y que ese Niño, que nació en Belén nos busca todos los días porque allí vive y espera nuestra compañía.

Uno de ellos, admirados por el relato me toca en el hombro mientras me pregunta. Pero abuelo, ¿como un Dios tan grande puede hacerse tan pequeño? Ya ves, Jorge, así es Dios, pequeño por su humildad y grande en su divinidad. Abuelo, abuelo, insiste mientras me tira de la chaqueta ¿quieres llamar a su puerta para que salga? es que yo quiero dar un beso a Jesús!

Os deseo una muy Santa y feliz Navidad

3 comentarios:

Unknown dijo...

Increiblemente entrañable y profundo!

lore dijo...

Sylvia felicidades, me ha gustado mucho... que paseis una Navidad muy cerca del Niño que nace y a bailar a tope el 31!!!

Rocio dijo...

Gracias por recuperar los cuentos en Navidad... ¡que dicen tanto!